Las lenguas se clasifican de acuerdo con dos criterios: genético y tipológico, que pueden ser complementarios. Por el primero se estudian las lenguas emparentadas a partir de un antepasado común, bien porque se dispone de documentación escrita -el latín con relación a las lenguas románicas-, bien por la reconstrucción mediante hipótesis de un primer lenguaje (protolenguaje) -el indoeuropeo con respecto a las románicas, germánicas, eslavas, etc.

La clasificación tipológica analiza la similitud estructural entre idiomas diversos: así las palabras pueden carecer de flexiones (chino); estar compuestas de varias secuencias de sufijos (turco), o declinarse y conjugarse (latín, euskera), lo que origina, respectivamente, tipos analíticos, aglutinantes y flexivos, que se combinan y producen idiomas en los que predomina alguno de estos modelos.

Con arreglo a la clasificación genética, las lenguas que tienen un antepasado común forman una familia lingüística que, a su vez, puede dividirse en subfamilias y estas en grupos, según el parentesco existente entre aquellas que parten de un mismo tronco. La familia indoeuropea es, sin duda, la mejor estudiada de todas. El descubrimiento de las similitudes gramaticales y léxicas de las diversas ramas que la forman tuvo su origen en el contacto de los occidentales con el sánscrito, y en especial a partir de los trabajos de la lingüística comparada del siglo XIX.

Un poco rollo esta entrada ¿no?, pero imagínense ustedes que este fin de semana coinciden con el cuñado y les pregunta ¿y tú ya sabes cómo se clasifican las lenguas? ¿A que entonces van a estar encantados de haberme leído? ¿A que sí?