El título de esta entrada es una cita de Alfredo Bryce Echenique en su libro Octavia de Cádiz. La traigo a colación porque creo que ilustra muy bien la razón de ser de muchas escrituras, por ejemplo, la de El colgajo, de Philippe Lançon de la que hablaba recientemente. «Imprima, no deprima», que vendría ser algo así como «escriba, no se queje».
Más allá de que las líneas escritas se compartan, más allá de esperar que nos quieran más por escribir, o que publicar un libro nos aporte la fama, la escritura es un camino de liberación. Poner en palabras aquello que parece no tenerlas: un atentado terrorista, tener la cabeza abierta de tu amigo en las rodillas, ver que una bala se ha llevado la mitad de tu cara… el sufrimiento que uno nunca había podido imaginar solo encuentra un resquicio de alivio en la escritura. Vean cómo el mismo autor, Philippe Lançon, lo explica en esta cita:
«Había tenido que terminar allí, en ese estado, no solo para poner a prueba mi oficio, sino también para sentir lo que había leído cientos de veces en diversos autores sin acabar de entenderlo del todo: escribir es la mejor manera de salir de uno mismo, aunque uno no hable de otra cosa. Así las cosas, la separación entre ficción y no ficción era inútil: todo era ficción, puesto que todo era relato -selección de los hechos, enfoque de las escenas, escritura, composición-. Lo que contaba era la sensación de verdad y el sentimiento de libertad que se daban tanto a quien escribía como a quienes leían. Cuando escribía en la cama, primero con tres dedos, luego con cinco y después con siete, con la mandíbula primero agujereada y después reconstruida, con o sin posibilidad de hablar, yo no era el paciente que describía; era un hombre que observaba a este paciente y lo daba a conocer contando su historia con una benevolencia y una alegría que esperaba compartir. Me convertía en una ficción. Era la realidad, era absurdo y yo era libre. Dicha actividad, por supuesto, se cobraba su tributo. Terminaba todas las crónicas agotado, entre sudores, ataques de tos y lágrimas. El paciente resucitaba entre las palabras y los muertos, y se recuperaba.»
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