Amaya, la relatora de la historia, es la pequeña de los cuatro hijos de una familia que vive en un pueblo de Bizkaia. Son los comienzos de la década de los 80, lo que dimos en llamar en Euskadi los años de plomo. Años de una violencia pertinaz que atraviesa cada una de las páginas de Mejor la ausencia.

Edurne Portela escribe una novela que es la historia de una familia vasca en la que cada uno de sus miembros salva el pellejo como puede: Kepa entra en ETA, Aitor se marcha a estudiar a Madrid y Amaia, después de lidiar con las historias de sus padres, termina también en Madrid pero sin relacionarse con su hermano. El mayor de los hermanos, Anibal, muere de una sobredosis con 18 años. También fueron los años de la heroína.

Ha acertado la autora con un estilo seco y directo, muy propio de la acción. Maneja los diálogos con maestría, así como las características de cada personaje. Ninguno es un cliché ni es plano, ni los buenos son tan buenos, ni los malos son solo malos, detrás de cada uno de ellos hay una persona a la que vemos lidiar con la vida. No he hablado de la madre que atraviesa el libro como una sombra sin conseguir unir a su familia, ella misma atrapada en las palizas de su marido y en la violencia de los hijos que le desprecian por no oponerse a ese padre tirano y por buscar la solución en la bebida.

No sé si en otras partes de España esta novela se leerá igual o si se pensará que es una ficción exagerada, a mí me gustaría pensarlo pero es uno de esos casos en los que, me temo, la realidad, todavía, supera a la ficción.

Leyendo este libro o Patria, viendo los documentales de Jon Sistiaga sobre esa época, me pregunto cómo pudimos vivir con todo eso, cómo se sobrevive al terrorismo sin terminar, de una manera u otra, engullido por él. Por fortuna, la vida empuja mucho y nos sitúa en el presente irremediablemente, sobre todo si es mejor que el pasado.