Esta es la historia de dos amigos (Max y Gastón) y el hijo de uno de ellos, aunque por el afecto y la preocupación que muestra el otro, bien pudiera decirse que ese hijo tiene dos padres si bien ellos no son pareja. Es la historia también de pueblos que se ven obligados a emigrar y de otros pueblos que se sienten invadidos por los primeros.

La acción se sitúa en el barrio de una ciudad que bien podría ser Barcelona donde se han instalado una gran cantidad de comerciantes «lejanorientales», «nororientales» y «proximorientales» que suscitan la indignación de los locales (llamados aborígenes en la novela) ante lo que consideran una invasión. Uno de los orientales ha comprado el local donde Max tenía en traspaso un restaurante, lo que le obliga a dejar el que es su modo de vida y también su vivienda. Esta situación trastoca la vida de los tres personajes principales.

Lo más curioso de esta novela es que el narrador y el lector conforman una primera persona del plural: «No alcanzamos a verlo bien, porque la gente se arremolina alrededor; Gastón mueve la cabeza para ayudarnos a identificarlo, para poder observar su rostro». Ese narrador solo tiene acceso a Gastón y nos lo dice expresamente, no sabemos lo que piensa Max porque nosotros no estamos con Max. «Max tarda en responder. Sus razones tendrá, pero no podemos saberlas, porque no nos fue dado acceder a él, a sus pensamientos y motivaciones. Si lo acompañáramos a él, en lugar de a Gastón, estaríamos contando otra historia, una totalmente distinta, pasarían muchas menos cosas, habría menos personajes y a estas alturas ya nos estaría dando un ataque de claustrofobia».

E incluso hay momentos en los que debemos ofrecer un poco de intimidad a los personajes: «Nosotros vamos a dejarlos solos, no tenemos derecho a estar aquí ahora, vamos a meter la nariz en otro lado, vamos a caminar hasta el algarrobo, de espaldas a Gastón y al cuerpo de Gato (que es un perro), vamos a quedarnos ahí contemplando la ciudad, sin mirar atrás, vamos a demostrar un poco de pudor, de decencia, vamos a probar que incluso al escribir ficción hay que respetar una moral y una ética.»

¡No me digan que no les dan ganas de leerla!