«La siquiatra me pide que le diga algo bueno de algún miembro de mi familia. Pienso en mis padres. Decepcionados, infelices, alimentando a unos hijos tan decepcionados e infelices como ellos. Pienso en mi hermano. Mi hermano tiene de bueno que jamás me decepcionó. Todo lo malo que esperaba de él lo recibí con creces. Incluso ahora, que no sé dónde está ni me importa, su ausencia es una amenaza». Y así, siguiendo la recomendación de su siquiatra, Mateo escribe una especie de diario.

Mateo es el hijo menor de una familia de cuatro miembros, un hombre inteligente y lúcido al que le cuesta vivir. La madre se suicidó después de saber que tenía cáncer de páncreas y Mateo volvió a la casa familiar a vivir con su padre viudo. Viven juntos pero apenas se soportan, el padre, amargado, hace la vida imposible al hijo, metódicamente, en los detalles. «No volver a escuchar sus voces. Sus voces no, sus comentarios siempre cargados de resentimiento y desprecio. ¿Y a quién desprecian? A cualquiera, a los vecinos o a esos que salen en la tele, personas que no conocen y que han convertido en personajes a los que odiar por envidia, solo por envidia. Odiar al joven porque es libre y al viejo por haber llevado una vida diferente a la suya. Odiar a su hijo. No, odiar no, odiar es otra cosa. No saber qué sienten por su hijo porque de repente no parece su hijo. Su hijo es mi hermano. Su hijo no soy yo. Yo nunca he sido su hijo, yo no soy nadie». Isabel Bono prescinde de fechas con las que ordenar las entradas del diario ni de más unidad narrativa que la voz de Mateo, ese hombre desolado al que vas cogiendo cariño poco a poco, página a página.

La vida ofrece un respiro a Mateo en forma de encuentro con su joven vecina Micaela, con ella vive un tiempo en el que un halo de esperanza parece colarse por debajo de la puerta. Pero Micaela, tan joven, tan poco convencional, es también una persona herida que no le encuentra sentido a la vida y, simplemente, la deja. «Qué putada, Micaela. Alcohol para darte valor por si te faltara en el último instante antes de saltar. Voz de agua, cuerpo de escombro, jugando a ser paisaje urbano. Estarás contenta». Isabel Bono fue poeta antes que novelista y esto se nota en sus imágenes, ¿no es maravilloso ese «cuerpo de escombro»?

Quien busque una novela que le distraiga en estos tiempos de confinamiento es mejor que busque otra historia. Este Diario del asco de Isabel Bono es una maravilla de novela pero no es para cualquier estómago ni, quizás, para estos momentos. Pensaba mientras lo leía que si este libro fuera un cuadro sería «El grito», de Munch.