Tiene los ojos negros como brasas, llenos de rayos X. Es tan guapa que parece francesa, sacada del Vogue, aunque si la miro bien me doy cuenta de que nunca podría ser modelo, le falta ese aire distante y como de estar en un sitio que huele muy mal. Podría ser inglesa por su agudo sentido del humor, pero tampoco porque sería capaz de reírse a carcajadas delante de la mismísima Isabel II.
Si la vieras pensarías que la vida le ha tratado con guantes de plata, que su zapatito de cristal jamás ha pisado un charco y, sin embargo, yo que la conozco sé que ha recibido golpes de los que te tumban como una losa. En esos casos, lejos de ahogarse en un vaso de agua o de buscar un hombro en el que poner la cabeza, mi amiga se hace un ovillo, se enrosca como un bicho-bola y espera que escampe tejiendo ella misma el hilo de seda que le permita salir del capullo en el que se ha guarecido.
El único rastro del golpe que encontrarás en ella cuando salga a la luz serán unas tenues arruguitas alrededor de los ojos que acreditarán que ha pasado un tiempo a oscuras. Y la belleza que quizás un día le distanciaba de los demás va cambiando en ella. Podría ser también que fuera yo la que la viera distinta porque algo de verdad hay en esa frase que dice que a partir de una edad uno tiene el rostro que se merece. Y este rostro me va pareciendo cada día más hermoso
Yo le debo toneladas de empatía y de bienestar. Respondo a sus manos con el reflejo del perro de Pavlov, las veo volar sobre mí y mi sistema nervioso se relaja en una reacción mágica. Ya si oigo su risa de fondo me creo en el cielo.
Comentarios
Seguro que también hay belleza en esas arruguitas que delatan experiencia, vivencias, aprendizajes…
Ya lo creo.
Un abrazo, Maite.