«Se detienen, se miran un instante y caminan hasta el primero de los cuerpos, apoyándose en sus bastones. De sus bocas asciende el calor de la respiración, en vaharadas rápidas que se disipan en el aire. Luego se inclinan y comienzan a cargar los cadáveres. Sólo que no son cadáveres; eso se lo han enseñado. Hay que llamarlos mierda, muñecos, basura, espantapájaros. Cuando alguien se equivoca y pronuncia la palabra «muerto», la palabra «víctima», los soldados lo azotan con sus fustas. Así que eso hacen ahora: recogen espantapájaros. Más tarde beberán un pocillo de fango y lo llamarán agua: masticarán una torta de arcilla negra y la llamarán pan. Porque han aprendido que sobrevivir significa sobre todo conocer el nombre apropiado de las cosas. Saben, por ejemplo, que organizar una camisa quiere decir robarla; que hay que evitar a los prisioneros con un triángulo verde cosido al uniforme y en cambio es fácil aprovecharse de aquellos que llevan un triángulo rosa o una estrella amarilla; que ser elegido en las selecciones significa convertirse uno mismo en espantapájaros; que hay que dormir encima de la escudilla y la cuchara para evitar que otros las organicen durante la noche; que trabajar en el comando Kanada alarga tu vida y palear carbón te la acorta. Lo que están haciendo ahora también tiene un nombre. Se llama limpiar el campo, y hay que hacerlo rápido, antes de que el capo se acerque. La palabra capo también han tenido tiempo de aprenderla».
Juan Gómez Bárcena: Kanada
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