Llovía a mares aquel martes por la noche. Bajé del tren y eché a andar con paso rápido, no era muy probable que dejara de llover. Acababa de leer «La mar es mala mujer» de Raúl Guerra Garrido y pensaba en eso de que el mar es la mar para los marinos y los artistas mientras para los demás era masculino. Miré en mi móvil por curiosidad y vi que la RAE decía que «mar» tanto podía ser masculino como femenino.
Cuando llegué a casa me pareció que había mar de fondo. Puse la gabardina a secar delante de la chimenea y me quité los zapatos. He visto a Paula en el tren -comenté-, estaba hecha un mar de dudas, no se atreve a hablar con su padre de lo de meter a su madre en una residencia.
Mecagüen la mar salada, contestó mi padre, tanta tontería y tantas vueltas, total para que esa mujer esté donde tiene que estar, en la residencia.
Es normal que la chica tenga pena, dijo mi madre, el otro día me la encontré yo hecha un mar de lágrimas. Claro, para ti es muy fácil porque los hombres sois así, que de empatía pues cero patatero, pero no es una decisión fácil.
Bueno, hala, venga, vamos a cambiar de tema -terció mi padre-. Qué pasa contigo, hija, has venido hecha un brazo de mar, mira que estás guapa. Esta noche ponen Mar adentro, ¿te quedas a verla?
Pelillos a la mar, me dije, aquí no pasa nada, o ya se les ha olvidado que quiero ser meteoróloga. Me muero de ganas de verme en el telediario diciendo: Se espera mar arbolada en el Cantábrico y mar gruesa en el estrecho de Gibraltar. ¡Wow, qué subidón!
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