Les traigo hoy a esta página una cita (un poco larga, pero imposible de cortar) del maravilloso libro de Irene Vallejo «El infinito en un junco». En ella se explica el origen etimológico de la palabra «libro», su relación con la Biblia y también con el vocablo «libre». Una cita que pueden utilizar para quedar como auténticos eruditos en cualquier reunión social.

«Los libros son hijos de los árboles, que fueron el primer hogar de nuestra especie y, tal vez, el más antiguo recipiente de nuestras palabras escritas. La etimología de la palabra encierra un viejo relato sobre los orígenes. En latín, liber, que significaba «libro», originariamente daba nombre a la corteza del árbol o, para ser más exactos, a la película fibrosa que separa la corteza de la madera del tronco. Plinio el Viejo afirma que los romanos escribían sobre cortezas antes de conocer los rollos egipcios (…)

«Como ya he explicado, los griegos llamaban biblíon al libro, rememorando la ciudad fenicia de Biblos, famosa por la exportación de papiros. En nuestra época, el uso del término, en su evolución, ha quedado reducido al título de una sola obra, la Biblia. Para los romanos, liber no evocaba ciudades ni rutas comerciales, sino el misterio del bosque donde sus antepasados empezaron a escribir, entre los susurros del viento, en las hojas. También los nombres germánicos –book, Buch, boek– descienden de una palabra arbórea: el haya de tronco blanquecino.

«En latín, el término que significaba «libro» sonaba casi igual que el adjetivo que significaba «libre», aunque las raíces indoeuropeas de ambos vocablos tenían orígenes distintos. Muchas lenguas romances, como el español, el francés, el italiano o el portugués, han heredado el azar de esa semejanza fonética, que invita al juego de palabras, identificando la lectura y la libertad. Para los ilustrados de todas las épocas, son dos pasiones que siempre acaban por confluir.»

Irene Vallejo: El infinito en un junco