«Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo». Esa es la edad en la que Dave piensa que su mujer se ha enamorado de otro hombre. No tiene pruebas pero está convencido de ello. A ratos está triste y melancólica, en otras ocasiones la alegría se le escapa por las pestañas.

Dave y Dana tienen tres hijas y una vida tranquila. Ambos son dentistas y trabajan juntos. Cuando Dave observa el cambio en su mujer piensa que todo se ha venido abajo, de hecho cree que nunca más volverá a ser feliz. Su reacción es evitar a toda costa que ella se lo diga. Si no se lo dice no tendrán que hacer nada al respecto. Sin embargo, de alguna manera, las hijas presienten que pasa algo entre sus padres y reaccionan con súbitas tristezas o dolores de estómago, somatizando lo que no se dice pero esta ahí.

El lector se pregunta si el engaño existe o es simplemente que Dave atribuye significados extravagantes a cosas que pueden tener una explicación razonable. La novela está escrita en primera persona, la voz narrativa es la Dave, de manera que no tenemos más visión de lo que sucede que la que él nos aporta. Sabemos que una tarde ella tarda más de lo habitual en volver del supermercado o que otro día simplemente no aparece a cenar. Se convierte entonces esta novela en un thriller, ¿qué está pasando?, ¿tiene razón Dave o ve fantasmas?

Y mientras Dave intenta a toda costa mantener la «dicha» más allá de que sea cierta o no, nosotros vemos cuán precario es el equilibrio de una familia feliz, qué fácil se puede ir todo por el desagüe. Más allá del bienestar económico, de las hijas maravillosas, del prestigio social… está el desconsuelo, ese que aparece cuando la persona de la que estamos enamorados, simplemente mira hacia otro lado.

Busquen el libro, así sabrán si Dana se queda o se va, porque no se pueden quedar así, ¿verdad?