«»Ningún objeto está en relación constante con el placer», escribió Barthes. «Para el escritor, sin embargo, hay uno: la lengua materna.» Pero ¿y si la lengua materna está atrofiada? ¿Y si esa lengua no es solo el símbolo de un vacío sino un vacío en sí mismo? ¿Y si la lengua está amputada? ¿Puede uno obtener placer de una pérdida sin perderse a sí mismo totalmente? El vietnamita que yo poseo es el que tú me diste, el vietnamita cuya dicción y sintaxis llega apenas a los primeros años de primaria.

«De niña viste, desde un platanar, cómo se derrumbaba tu escuela tras un ataque norteamericano con napalm. A los cinco años, nunca volviste a pisar un aula. Nuestra lengua materna, por tanto, no es madre en absoluto: es huérfana. Nuestra lengua vietnamita es una cápsula del tiempo, una marca del momento en que tu educación llegó a su fin, reducida a cenizas. Mamá, hablar en nuestra lengua materna es hablar en vietnamita solo en parte, pero enteramente «en guerra».

«Aquella noche me prometí a mí mismo que nunca me quedaría sin palabras cuando necesitaras que hablara por ti. Así que empecé mi carrera como intérprete oficial de nuestra familia. De allí en adelante, llenaría todas nuestras lagunas, nuestros silencios y tartamudeos, siempre que me fuera posible. Cambié el código. Me quité nuestra lengua y llevé el inglés como una máscara, para que los demás vieran mi cara, y por tanto la vuestra.»

Ocean Vuong: En la Tierra somos fugazmente grandiosos