Hay pocas cosas más espeluznantes que perder un hijo, y lo sé porque uno de mis hijos desapareció durante las dos horas más largas de mi vida. Brenda Navarro cuenta en Casas vacías la historia de la desaparición de Daniel, un niño de tres años con autismo. Igual que el mío, desaparece cuando estaba jugando en el parque, en un momento está jugando y al siguiente ya no hay forma de encontrarlo. La madre de Daniel se culpa de su desaparición porque estaba más atenta a los mensajes de su enamorado que a los movimientos de su hijo, o eso piensa ella.

En el siguiente capítulo encontramos a la madre de Leonel, un niño de tres años con autismo, una mujer que deseando fervientemente ser madre no se queda embarazada y decide ponerle remedio llevándose el niño más bonito del parque.

Esta es la trama que utiliza Brenda Navarro para explorar las múltiples formas de la maternidad. Porque hasta hace bien poco solo había una forma aceptable de ser madre: ser una madre total, una madre coraje que da la vida por sus hijos, una mujer que solo se siente totalmente realizada cuando es madre, es decir, la maternidad como el papel más excelso que una mujer puede representar. Las dos madres de esta novela tienen muchas aristas, incluidos los momentos tabú en los que una reniega del fruto de sus entrañas y la otra del niño que pensó que le haría feliz.

El libro es una novela brillante tanto en lo que cuenta como en cómo lo cuenta, pasando del estilo de una mujer culta a otra que lo es menos. Son dos voces distintas en forma, procedencia y situación personal y eso se aprecia a simple vista en la forma de narrar.

Brenda Navarro nació en México, un país donde hay más de 33.000 desaparecidos. Sabe de qué habla.