A veces, antes de comprar un libro, leo las primeras líneas a modo de test, para saber si quiero seguir leyendo. Dicen que un gran libro tiene un gran comienzo, como sucede con El Quijote o Cien años de soledad. La vida mentirosa de los adultos empieza así: «Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea». Y sí, pensé que ese era el comienzo de una buena historia, que quería seguir leyendo.

Todo cambia en el interior de Giovanna cuando escucha a su padre decir que es fea y que, además, se parece a Violetta, su tía, una hermana de su padre de la que él cuenta las mayores maldades. ¿Ha perdido Giovanna el amor de su padre? La joven empieza entonces a pensar en su tía Violetta. Si se parece físicamente a ella, ¿será también malvada como ella? Decide acercarse a esa tía misteriosa, esa presencia prohibida a cuyos brazos le arroja la pérdida del favor del padre. A partir de aquí todo cambia, no solo en la vida de Giovanna, sino también en la de sus padres. La adolescente descubre la vida mentirosa de los adultos, tantas poses, tantas verdades a medias entre las que discurre su vida. Y decide ser adulta, decir mentiras ella también «Fui aprendiendo cada vez más a ocultar a mis padres lo que pensaba. O mejor, perfeccioné mi forma de mentir diciendo la verdad».

Como en la tetralogía Las dos amigas, La vida mentirosa de los adultos transcurre en Nápoles, esa ciudad bella y decadente, con sus barrios elegantes y sus barrios pobres, ese universo en el que cabe todo y al que todavía tengo pendiente un viaje que se vio abruptamente cancelado por la pandemia.

Giovanna se va haciendo adulta entre los pliegues de esta novela, con esa inevitable decepción que nos causa comprender que nuestros padres son humanos, que tienen defectos, que mienten y flaquean, que son cobardes.

Es inevitable comparar todo lo que escribe Elena Ferrante con la magnífica obra Las dos amigas. Y sí, poco importa no saber quién es la autora, como dice ella en una de sus escasas declaraciones,  «Descubrir la personalidad de quien escribe a través de las historias que propone, de sus personajes, de los objetos y paisajes que describe, del tono de su escritura, no es ni más ni menos que un buen modo de leer».