Es fuerte como una roca hecha suspiro. Cuando me encuentro con ella siento que se me alegra el alma de una forma irracional. Parece frágil como una bailarina de ballet y como una bailarina de ballet es sólida y con múltiples esquinas. Si hablas con ella vas descubriendo capas y capas, y como sin querer, incluso sin darte cuenta, vas descubriendo las tuyas. Recuerdas, cuentas y te deshojas ante esa escucha atenta y liviana. No siempre te mira a los ojos pero siempre presta atención. A menudo ladea la cabeza y mueve las manos, aletea como una mariposa alzando el vuelo. Se la ve irse, dar una vuelta en el aire y volver a posarse en la silla.

Ella es una de esas personas que se escapan a la clasificación, crees que la catalogas como si fuera una rara avis, ya está, ya sé en qué categoría la voy a poner, y entonces descubres unos colores en las alas que no habías visto antes. Ah, ese amarillo crepuscular en el que no me había fijado, ese azul verde mar que surge con el reflejo. Y así, vas descubriendo colores y matices que te habían pasado desapercibidos.

Le gusta meterse en el mar, le gustan los museos, los desafíos y los libros. Nos encontrábamos en la cola del pan durante la pandemia y nos intercambiábamos libros que ambas necesitábamos más que el pan que simulábamos comprar. Alejó de mí unos cuantos quintales de desasosiego aquellos días.

Hace poco oí a un experto decir que lo que más felicidad producía era la bondad. Me dejó pensando que mi amiga tiene que ser profundamente feliz. Pero se me volvió a escapar a la clasificación.