A veces se hablan con palabras de cemento, frases ácidas como limones de Corfú. Palabras que se lanzan en defensa propia, palabras como dardos que dan en la diana. Las miradas se dispersan para no encontrar los ojos del otro, el corazón se ausenta y se cierra como un bicho bola. Cada uno se repliega en su razón, cada uno cree que se defiende, que no ataca, que el camino derecho es el suyo.

Y así, los caminos se bifurcan, se dividen y se alejan. Al principio son paralelos, de manera que tienen un paso a nivel cada cierto tiempo. Después, poco a poco, van formando un ángulo cada vez más ancho, uno hacia Oriente, el otro hacia Occidente. Si se miran solo ven un puntito en la lejanía.

Se dicen, cómo hemos llegado a esto, dónde fue que se perdió el Perú, Zabalita. Se dicen ¿era esto envejecer juntos? ¿Esto era lo que queríamos? Será siempre así, piensa ella con la resignación de todas las mujeres; esto no puede continuar así, piensa él con la indignación de todos los hombres. Y así pasan los días, a veces deja de llover y sale, tímido, el sol. A veces llueve y se desata la tormenta, suenan los truenos y estremecen los rayos. Y ellos siguen hablándose con palabras de cemento.