Entro en una librería de esas en las que no solo venden libros sino también periódicos y cuadernos y calendarios y asisto a la conversación de la clienta que me precede.
A ver quería que me recomendaras un libro entretenido -le dice a la librera-, un libro que no te enrede mucho, para las vacaciones, ya sabes. Eh, -responde la librera- mira, estos de aquí son todos así, han llegado ahora para el verano. Como si fueran cuadernos Santillana, pienso yo. Estos se venden muy bien, tienes de todo, pueden ser policíacos o más románticos… La mujer coge uno de los libros y lo hojea. Pues tiene buena letra, oye, ya me gusta, este no te hace pensar ¿no? Porque mira que para eso ya me vale con lo que hay, yo quiero algo que sea entretenido. Sí, sí, ese debe de estar muy bien, yo no lo he leído porque acaba de llegar, pero ya te digo que esos de ahí, todos, son muy entretenidos.
Me quedo con las ganas de entrar al trapo, de pegar la hebra. Miro por encima de su hombro los títulos y me acuerdo de mi amiga Luke, que siempre me pide lo mismo, préstame un libro que tenga buena letra y que sea fácil, para leer en la cama, ya sabes.
Está bien que los libros cumplan cualquier expectativa, la del que quiere surcar otros mares y vivir vidas ajenas o la del que quiere experimentar un amor que nunca llegará a su vida. Estoy convencida de que hay un libro que hará las delicias incluso de aquellos a los que no les gusta leer. Tendrían que haber visto ustedes con qué fruición leía mi hijo historias de fútbol.
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