He salido de vacaciones después de mucho tiempo. He visto colinas verdes que se convierten en escarpadas montañas cuando se acercan al mar. He visto mar por todas partes, mar abierto, mar como ría, mar encerrado en una bahía, pero siempre mar. He visto pueblos pequeños recogidos en torno a un puerto diminuto con hortensias salpicadas aquí y allí, como si las hubiera sembrado un pintor. He visto gente que vive del mar, gente callada, tranquila y un poco triste.
Es un lugar salpicado de faros que se yerguen imponentes en las últimas rocas de la tierra. Se abren allí los ojos como platos al contemplar tal derroche de acantilados y mares y playas y bosques. Y pienso en la gran suerte de visitar un sitio que desprende tanta belleza.
Recorro su costa saltando de playa en playa, de faro en faro, de mirador en mirador. Llueve varios días y seguramente esa será la razón de que estas tierras no estén atestadas de visitantes. Me viene a la cabeza el dato de que hay más de 70 términos en gallego para designar a la lluvia.
Froallo se utiliza para nombrar una lluvia especialmente fina; babuña se refiere a una lluvia débil, sin fuerza, imagino que esta será el equivalente de sirimiri; y balón designa la lluvia fuerte y abundante, un chaparrón que diríamos en castellano. Todas le sientan bien a Galicia.
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