No es tarea fácil explicar la trama de una novela que se mueve entre la realidad y lo sobrenatural. Distancia de rescate está contada de tal forma que, aunque sabemos que suceden cosas que no pueden pasar, igualmente nos sobrecogemos de temor.
La narradora es Amanda, madre de Nina y reciente amiga de vacaciones de Carla. Amanda habla con David, hijo de Carla y ausente por completo de la realidad, intentando indagar en busca del fatídico momento en el que ella perdió la distancia de rescate respecto a su hija.
Es tan especial el relato que lo lees como si con sus claves fueras a rescatar el mundo, con un interés absoluto, concentrado en saber qué pasó con David, dónde está esa voz, de dónde sale, y a la vez temiendo que algo va a pasar con Nina si Amanda pierde la distancia de rescate, el espacio que Amanda puede salvar si algo pasa con Nina. Así, no solo Amanda, la madre, está pendiente de Nina sino que nosotros, los lectores, nos pasamos la novela cuidando de Nina, que no se aleje, que no se caiga a la piscina, que qué miedo si Carla la toma de la mano… Un delicioso sinvivir que es una de las cosas que le pedimos a la literatura: que nos atrape, nos succione y nos saque del mundo que nos rodea.
La estructura narrativa es arriesgada y compleja, ese diálogo de base entre Amanda y David, este último un personaje que ni siquiera sabemos si existe. La novela inquieta, asusta y te lleva a estar vigilante desconfiando de todos. Y todo esto sucede en apenas 120 páginas.
Con el libro en mis manos he sabido que se ha rodado una película con su historia y que se va a estrenar en el Festival de Cine de San Sebastián que empieza hoy. Qué dilema, ¿voy o no voy a verla?
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