Este libro está compuesto por siete cuentos como siete casas, siete relatos que se leen en un suspiro con la pena de que se acaben tan pronto y a la vez con el deseo de llegar al final para saber cómo terminan.
La escritura de Samanta Schweblin te sitúa en un espacio distinto, entras a formar parte de un clima en el que todo puede suceder y en el que todo resulta verídico, esa es una de las grandes habilidades de esta autora, colocarte en un lugar tal que hará que todo te parezca real. En sus relatos, como en la magnífica novela Distancia de rescate, todo puede suceder porque tú se lo permites. A Samanta Schweblin nada humano le es ajeno pues habla del egoísmo, la locura, la maldad, la muerte, la soledad…
En Nada de todo esto, una hija acompaña a su madre en la manía de visitar casas ajenas; en Mis padres y mis hijos, un hombre (el único protagonista masculino de los siete cuentos) lidia con el hecho de que a sus padres les gusta jugar desnudos en el jardín; en Pasa siempre en esta casa, una mujer vive la pesadilla recurrente de recoger las ropas del hijo muerto de sus vecinos que una y otra vez son arrojadas a su patio; en Cuarenta centímetros cuadrados, una suegra le cuenta a su nuera una vieja historia quizá para que ocurra otra vez; en Un hombre sin suerte, un extraño encuentra una niña sin bragas y le compra unas nuevas con corazoncitos exponiéndose a lo que ese acto tan sencillo puede significar si alguien lo malinterpreta; en Salir, una mujer sale de casa con el pelo mojado y en albornoz dejándose las llaves para después subirse al coche de un hombre que no conoce.
Las casas de estos relatos no están vacías, más bien están llenas de personas vacías. La escritura de Samanta Schweblin está sin embargo, llena de literatura, llena de ese embrujo que nos abduce y nos agita, nos traslada y nos sitúa en lo más profundo de eso que llamamos vida.
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