Me voy de casa temprano. Debo de tener unos 6 años. Me voy porque estoy enfadada con mi madre. Quiero que sufra. Quiero que se preocupe por mí y se dé cuenta de que me quiere, de que me echa en falta. Salgo de puntillas, sin hacer ruido. La Cristina no está en la puerta, estará dando de desayunar a la Cristi o vistiéndola. Empiezo a andar hacia el centro, no quiero ir hacia el colegio para no encontrarme con nadie. Hace frío pero no me importa porque lo que estoy haciendo es muy importante. Paso las casas de la Sindical, cruzo la acera y llego al bar donde empieza la cuesta de Sancheski. La gente va a lo suyo, nadie me mira. Enfilo la cuesta andando por la acera de la izquierda, bajo los plataneros, se oye el ruido de la fábrica. ¿Se habrá despertado ya mi madre? Miro hacia atrás pero no viene nadie, solo el Changai. Sigo andando. Tengo el pelo recogido en dos trenzas, una a cada lado, y llevo flequillo. La carretera tuerce hacia la izquierda donde está el edificio de Inmigración. Es una casa de ladrillos rojos, grande y fea. Ya estoy lejos de casa, ya no hay marcha atrás y eso me da confianza. Subo la cuesta de Zubiaurre y los hombres que trabajan en el taller me miran. Paso mirando al suelo, me veo la falda plisada del uniforme, los calcetines marrones, los zapatos azules. Ya casi estoy en la estación. Podría coger un tren e irme lejos. Mi padre es ferroviario, podría subirme al tren sin billete pero seguramente alguno de sus compañeros me reconocería y se extrañaría de verme sola. ¿Tú no eres la hija de Torres? Me meto en la iglesia de Pasionistas, San Gabriel y Santa Gema. Por esta iglesia me llamo Gema. Mi madre me puso ese nombre porque mi abuelo estaba ingresado en un sanatorio con tuberculosis. Ella le prometió a Santa Gema que si mi abuelo se curaba y yo era niña, me pondría su nombre. Y se curó, aunque le secaron un pulmón. No sé qué quiere decir eso de secar pero se curó y me llamo Gema. En Irún hay muchas “Gemas” y también “Juncales”. Entro y me siento en un banco a la izquierda del pasillo central. La iglesia es grande. Me gusta la paz que se respira, el silencio, la penumbra. Solo hay un par de personas más. Estoy quieta. Paso allí la mañana pensando que voy a ser muy decidida puesto que ya me he escapado de casa, tan pequeña. Tengo conciencia de que soy pequeña. De que soy valiente. Mi madre estará muy enfadada, estará tan enfadada que ni se dará cuenta de que me echa en falta. Cuando se enfada solo existe su enfado.
No puedo contrastar este recuerdo con mi madre ni con mi padre pues ambos están muertos, nunca se habló de este episodio en mi casa pero yo lo recuerdo. No sé si sucedió o me lo he imaginado, pero está en mi memoria. Creo que mi madre se puso contenta de verme, aunque tampoco recuerdo si volví o alguien me encontró.
Comentarios
Me encanta, eres una crak, desde txiki ademas!!
Seguro que cuando llegaste a Pasionistas, desde el primer piso de la casa de enfrente a la puerta de la Iglesia, alguna mis tías-abuelas, Rosa, Justa o Ixabel, estaba apostada detrás de la cortina, y te vio. Eran solteronas, corseteras, y siempre, siempre había una de ellas tras la cortina vigilando. Los domingos íbamos a verles en el Changai, y además de la propina nos daban vino dulce. No importaba l edad que tuvieras. Probablemente fueron mi introducción al alcohol, ahora que lo pienso.
Lo bien que me habría venido que tus tías me «recogieran» en su casa. Habría pasado más tiempo haciendo sufrir a mi madre y además me habrían dado vino dulce. (No sabes qué ilusión me hace encontrarme a alguien que sepa lo que es el Changai).