Los seres humanos somos pretenciosos, frágiles y vulnerables. Vamos por la vida haciéndonos los fuertes o pensando que lo somos, pero poco a poco, caída tras caída, vamos asumiendo que somos mortales, que estamos solos y que la incertidumbre está ahí en nuestro hombro, siempre acechando.
Algunos buscan cobijo en cualquier certeza, en la religión, la naturaleza, la reencarnación o alguna filosofía o conjunto de creencias que nos ofrezcan algo parecido a un nido. Un nido redondo y calentito en el que alguien se ocupe de nosotros, en el que no estemos tan a la intemperie.
Así nos convertimos en almas propicias al engaño, espíritus que se apuntarán a cualquier dogma, personas dispuestas a renunciar al libre albedrío con tal de no estar solos. Nos haremos de un equipo de fútbol, de un partido político o de la cuadrilla de nuestros amigos del colegio (aunque ya no compartamos nada con ellos), el primer grupo que nos ayude a sentirnos acompañados. La hinchada del Liverpool promete a sus aficionados que «nunca caminarán solos» y, la verdad, qué quieren, creo que aquel al que se le ocurrió el lema es un auténtico genio del marketing y la psicología.
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