Entro en una pequeña tienda de un pueblo turístico. Es la hora de la sobremesa y apenas hay gente por la calle. Subo unos escalones y me adentro en un espacio pequeño y acogedor. Tienen joyas de artesanía, pañuelos de seda bordados a mano, cosas desparejadas. La tienda da a un precioso patio muy blanco con un pozo en medio. La mujer que atiende, probablemente su dueña, es alta y rubia, no hace falta escuchar su acento para saber que es extranjera. Comentamos lo bonito que es el patio y nos da las gracias. Mañana hay un mercadillo, nos dice, por si quieren ustedes venir, es muy bonito y viene mucha gente, hay cosas artesanas… Tiene los ojos azules, las facciones delicadas y una sonrisa permanente en la cara. Llevo rato pensándolo y finalmente decido decírselo: eres muy guapa. ¿Cómo?, responde desubicada; que eres muy guapa, llevo rato pensándolo. Uy, uy… exclama. Creo ver que se ruboriza un poco a pesar de que pasará de los 40… Disculpa, le digo, es que lo estaba pensando, quizás no debería… Oh, no, hoy debe ser mi día de suerte, me contesta, no, no, está bien decir si algo nos parece bonito, ¿verdad? Sí, le respondo, eso pienso yo, ¿por qué no decirlo? Ella me corresponde alabando mis pendientes y las dos hablamos de cuánto nos gusta el diseño.
Y me voy de la tienda con la sonrisa puesta y ella se queda con la sorpresa bailándole en la cara y mi santo se ríe por los bajines pensando… quién sabe qué.
Comentarios