Dice mi padre que está harto de tenernos en casa, viviendo de la sopa boba, que nos vayamos a freír espárragos. Mi madre, que no tiene tan mala leche, suele mediar, anda Paco, deja a los chicos, que no está el horno para bollos, a dónde quieres que vayan, además, ya sabes que al Unai le falta un hervor, pobrecito mío, y tú, hala, a la mínima, ya les estás montando el pollo. Qué más te dará, si son más buenos que el pan los dos, venga, pon la tele, a ver si sale ese que te gusta tanto, sí hombre, ese, el de no hay pan para tanto chorizo.

Como en casa la que corta el bacalao es mi madre, mi padre refunfuña pero pone la tele y decide no comerse el coco. Entonces, pienso en mi churri, que está más bueno que el pan, con el que sería capaz de irme a vivir debajo de un puente porque con él pan y cebolla, y corro a ponerle un WhatsApp, qué haces, txiki, ¿estás aplatanado?, ven a buscarme que te voy a comer con patatas.

Y viene y nos llevamos a mi hermano, que nos sigue despacio, pisando huevos, allá para el río y yo le apremio, Unai, tira, que nos dan las uvas, venga, tío, y Unai aprieta el paso unos metros y después vuelve a su marcha tranquila y mi churri se ríe y me dice pero qué quieres, que él tiene su marcha, déjalo.

Me gusta mi churri porque pone toda la carne en el asador, no es de los que se quedan a medias, de los que ni chicha ni limoná, no, él está por mí y se le nota. Y me gusta mi hermano porque es bueno, porque tiene sus cosas, sí, pero estar con él te da como paz, te da buen rollo. Y voy con los dos camino del río y me bulle así como una sonrisa tonta en la boca.