Se me está haciendo muy larga la vida, María Gema, me dice mi tía -la última hermana viva de mi madre-, es que no puedo salir ¿sabes? y todo el día en casa… porque antes salía, me sentaba en un banco que hay abajo, al lado de la Kutxa y me pasaba la tarde, tan entretenida, que si ves a una vecina, que si cotilleas un poco, ya sabes, pero ahora… se me hace eterno el día… y qué quieres que te diga, hija, que para vivir así, además me duele mucho la espalda y las piernas… no sabes tú bien…

Desgrana sus penas mi tía y yo le escucho mansamente sin saber muy bien qué decir. Pienso en mi hermano que murió con 33 años y pienso a la vez en la tristeza tan grande de mi tía porque no hay mayor dolor que no tener ganas de vivir. Qué mal, tía, cuánto lo siento -balbuceo- y cambio de conversación por ver si la distraigo; le hablo de mis hijos, de sus vidas tan llenas de ganas, de sus días tan llenos de vida. Y me escucha atenta y le oigo sonreír levemente, me hace preguntas ¿y qué tal está M? No sabes cuánto me acuerdo de él. Mi nieto se parece mucho a él, se lo digo siempre a tu prima.

Cuelgo al cabo de un rato pensando que le tengo que llamar más a menudo, pero sé que me engaño, que me costará hacerlo porque su voz triste y apagada me llena de desaliento. Cuando esta mi última tía materna no esté, la echaré en falta y querré haber pasado más tiempo con ella, haberle preguntado cosas de la familia, de mi madre, de mis abuelos… y, sin embargo, ahora que estoy a tiempo, no encuentro la forma de hacerlo sin morirme de pena.