«David continuó: las coincidencias desafortunadas y los errores de este tipo podían generar un diccionario incompleto, pero desde luego, no uno deliberadamente incorrecto: no hay ninguna prueba, en estos casos de que hubiera un propósito malicioso de crear un diccionario incorrecto diseñado para confundir a sus usuarios. A sus lectores. A quienes se toparan casualmente con él. Los meros errores en las definiciones, así como las erratas, podían colarse en cualquier diccionario o enciclopedia, y estas pifias eran factores que contribuían al empleo inconsciente de las llamadas palabras fantasma. David estuvo hablándome de palabras fantasma durante un buen rato. Buscó un texto en sus estanterías y me lo leyó:
-Sí, palabras fantasma, «palabras que no tienen una existencia real», bla bla bla. -Avanzó por el párrafo-: «Términos inventados por medio de equivocaciones de los impresores o los escribas, o de la ferviente imaginación de editores ignorantes o torpes».
Yo no tenía ni idea de qué me estaba leyendo».
Eley Williams: El diccionario del mentiroso
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