William es un hombre mayor, casado por tercera vez (en esta ocasión con una mujer bastante más joven que él), que busca la compañía y el afecto de su exmujer, Lucy Barton, con la que tuvo dos hijas. Lucy le escucha, empatiza con él y asume una posición de amiga, una amiga del alma podríamos decir. Es una situación curiosa, de esas que, sin embargo, suceden constantemente.

«Como crecí en un pequeño pueblo, no veía a muchas personas, y, por eso, siempre me ha embelesado la gente. Jamás he encontrado algo más fascinante que la gente normal y corriente, o que imaginar lo que se siente siendo otra persona. Desde pequeña comprendí que los libros son capaces de hacernos sentir lo que los demás sienten», decía Elizabeth Strout en una entrevista y, verdaderamente, es lo que consigue cuando escribe, que sus lectores comprendamos «lo que los demás sienten».

Ay, William es, en el fondo, el retrato de un matrimonio, después del amor y del desamor a veces, solo a veces, quedan la amistad y el afecto. En esos casos, los divorciados pueden, como en esta historia, emprender un viaje juntos. El de William es un retorno a los orígenes, un viaje que no se atreve a hacer solo y para el que busca la compañía y el respaldo de la que ha sido su compañera de vida. Aunque él se haya casado con otras dos mujeres, aunque ella se haya casado con otro hombre.

Es una novela interesante que, sin embargo, y en mi personalísima opinión, no alcanza el nivel de Olive Kitteridge o Luz de febrero. Pero, ya saben, léanla y llévenme la contraria.