«Grandes partes de la comunicación interhumana tienen lugar fuera del lenguaje. Si se graba una conversación y se anota, se ve la importancia que tiene el contexto para lo que se dice, que está incompleto, lleno de vacilaciones, lagunas, insinuaciones y muy a menudo se encuentra en el límite de lo absurdo. Es así no solo porque cuando hablamos hacemos uso de todo el cuerpo para completar las palabras o porque en la conversación nos dirigimos a todo lo que los demás cuerpos expresan sin palabras, sino también porque la conversación en sí suele tratar de algo muy distinto a lo que las palabras expresan.

Una conversación sobre algo que tiene un claro valor propio, en la que lo que se dice es importante e interesante en sí, se da tan rara vez que obviamente no constituye un objetivo del trato entre las personas. «Vaya, cómo llueve» es un enunciado bastante corriente que carece por completo de sentido, claro está, ya que todos los que lo oyen también pueden verlo. «Pues sí, has visto…» puede sonar la respuesta igualmente carente de sentido. Entonces puede haber una pausa hasta que llegue el siguiente enunciado. «Han dicho que mañana mejorará». Resulta imposible saber de qué trata realmente esta conversación hasta que no se sepa dónde y cuándo tuvo lugar, entre quiénes y qué clase de relación tenían entre ellos.

Si tuvo lugar en una casa grande de verano, a la mañana siguiente de una fiesta, cuando los invitados ya se han ido a la pequeña ciudad costera de las proximidades, entre dos personas que han optado por quedarse a descansar un rato, tal vez leer un poco, y no se conocen, pero ahora se encuentran en la misma estancia, donde él está mirando por la ventana (…) y ella estaba sentada en un sillón leyendo hasta que llegó él (…) y cuando él dice que ha oído que mañana hará mejor tiempo, arranca un trozo de papel de periódico que mete debajo de los leños, el intercambio de palabras sobre la lluvia puede ser una manera de establecer un espacio común, significar que en realidad no se conocen, pero tampoco son desconocidos, ya que tienen amigos en común y ahora están allí juntos.

Enseguida se irá cada uno por su lado, y tanto la conversación como la situación se olvidarán para siempre. Pero si sus miradas se cruzaron repetidas veces durante la cena la noche anterior, sin que intercambiaran palabra alguna, solo esos ojos que se miraron, la conversación en el salón (…) podría significar otra cosa.

Cuando ella tira la cerilla aún encendida a la estufa y se levanta, frotándose inconscientemente los muslos con las manos, mientras sus miradas se cruzan y él sonríe con cautela, doblando el brazo, que le cuelga a un lado del cuerpo y ella dice: «Por lo menos a los agricultores les vendrá bien», esta sería una conversación que ninguno de los dos querría que terminara, porque a través de ella se están conociendo, y si es así, su comentario «Por lo menos a los agricultores les vendrá bien» llegará a ser un clásico de su mitología personal, cuando su primer encuentro se haya convertido en un relato que se recuerdan el uno al otro y tal vez cuenten a los niños en alguna ocasión, para reforzar esos lazos que inexorablemente se van aflojando con el tiempo».

Karl Ove Knausgård: En primavera