Me gusta mucho subirme en el dron y hacer como que no estoy. Miro hacia abajo, imagino las conversaciones pero no tengo que responderlas. El otro día mi amiga Mariasun, que está en Alicante, me envió un vídeo en el que se podía ver que había dado una vuelta en avioneta. Como yo en el dron, pensé, solo que yo no tengo piloto y no me he grabado ningún vídeo porque estoy demasiado ocupada teniendo cuidado de no caerme.

Esta tarde he estado sobrevolando a mi hijo pequeño. No quiere hablar conmigo porque ha vuelto con esa chica con la que siempre está rompiendo y no quiere decírmelo. Él piensa que si no habla conmigo no existe ningún engaño, pero siempre termino enterándome de todo, aunque no quiera. La de veces que le habré dicho, no necesito saber tanto, hijo, no me cuentes, no cuelgues tantas fotos, de verdad, total para qué, si no hay nada que yo pueda hacer. Por eso me gusta tanto estar en el dron, no necesito hacer nada, solo mirar, como si fuera un pájaro, muevo la cabecita hacia aquí y hacia allá y si no me gusta lo que veo, cambió de dirección. 

He dejado a mi hijo y a su novia en el banco de un parque, besándose sin respiro, y he enfilado hacia Igeldo. Lloviznaba, no se veía nada a causa de la niebla pero he subido hasta Gudamendi, hacía mucho tiempo que no iba por allí. La piscina del hotel estaba vacía, las tumbonas alineadas y desiertas, parecía octubre. Ha sido una tarde muy tranquila. Y además fresquita.