«Es la economía, estúpido» dijo un asesor de Bill Clinton en la campaña electoral de 1992, sin poder imaginar que la frase se haría tan famosa que hasta tendría una entrada en Wikipedia. Pero no es de frases famosas de lo que quiero hablarles sino del principio de economía en el lenguaje. Si es posible decir algo con dos palabras en lugar de con tres, lo haremos con dos. Si podemos utilizar una frase hecha en lugar de pergeñar una explicación lo haremos también.
Esa es la razón por la que muchos de los elementos del ordenador tienen nombres que proceden de una época en la que este aliado sin el que ahora no podríamos vivir, no existía. De ahí que el espacio virtual de la pantalla reciba el nombre de escritorio. En ese espacio de trabajo, es decir, en nuestro escritorio, tenemos documentos que pueden estar guardados en carpetas o archivos. Podemos también abrir un bloc de notas y en él escribir, subrayar, borrar o tirar a la papelera lo que ya no utilizamos. Todas esas palabras comparten significado con un documento en papel, una papelera que almacena lo que se desecha y un archivo que guarda un contenido que es importante.
Internet es un mar por el que se navega, un espacio tridimensional en el que podemos encontrar mucho tráfico o poco. Nuestro ordenador tiene puertos que nos permiten acceder a ese mar y también puede ser que un pirata asalte nuestros contenidos. Una vez en esa metáfora espacial abrimos y cerramos ventanas por las que accedemos a nuevos mundos, importamos o exportamos archivos y examinamos nuestra actividad a través de un panel de control.
Dar a las cosas nuevas un nombre que nos es conocido es más económico que nombrar con nuevas palabras y, como bien dijo quien fuera que lo dijese, «es la economía, estúpido».
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