Si ningún hombre (o mujer) es una isla, ninguna lengua puede ser definida sin tener en cuenta sus circunstancias. Para saber algo de una lengua es necesario saber de dónde procede, cuál es su familia lingüística, cuál su situación legal, si es una lengua oficial o no. Cuál es el uso de esa lengua en la administración, cuál su papel en la educación, si tiene un territorio donde es exclusiva.
También nos dirá mucho de ella si es joven o vieja, esto es, si es nueva o antigua. Puede ser además una lengua viva o una lengua muerta (como el latín). Puede ser que solo se hable en el ámbito familiar o puede ser que sea una lengua vehicular, esto es, que se utilice para transmitir el conocimiento. Las lenguas tienen familias, las que son hermanas tienden a parecerse entre ellas (las lenguas románicas por ejemplo) y también se parecen a aquellas con las que se relacionaron.
Las lenguas que están en contacto, como por ejemplo, el castellano y el euskera, aunque sean completamente diferentes y no tengan parentesco alguno, tienden a mezclarse. Se intercambian cromos y toman una palabra o una expresión prestadas, a veces para no devolverla jamás. Simplemente se la quedan y así quedará marcado que esas lenguas vivieron juntas.
En un maravilloso ejercicio de expresividad escuché a una mujer en Zarautz decir «así que merci denetikan», ‘así que gracias por todo’, mezclando en cuatro palabras el castellano, el francés y el euskera. No me digan que no es genial.
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