«Primero hay un nombrar íntimo, descuidado, bautismos como hitos para compartimentar el paisaje y domarlo: el camino de la casa abandonada, el camino del bosque en rectángulo, el montecito de álamos plateados. Formas de colonizar la pampa con etiquetas.

Solo cuando aparece el otro empezamos a nombrar de verdad. A separar el paisaje en partes. A prestar atención a qué es lo más notable, qué dos o tres elementos claves habría que mencionar para que el otro pueda reconstruirlo: categorizar, priorizar, seleccionar. Todas maneras de describir, de poner en palabras para el otro, para que el otro, de alguna manera, aunque sea vicaria, pueda formar parte de la experiencia.

Replicar la experiencia en el lenguaje, aunque el lenguaje no transmita la experiencia.

Que leer la descripción del caminar por el campo abierto sea como caminar por el campo abierto.

Virginia Woolf, buscando reproducir en sus oraciones el ritmo de sus paseos. Adjetivos como curvas, adverbios como cuestas, subordinadas como desvíos, asonancia y cacofonías como basura a la orilla del camino.

Misteriosamente, ese contar el paisaje que en principio parece condenado al fracaso, también termina engrandeciendo el paisaje. Intentar nombrarlo, me obliga a mirar en detalle, mirar en profundidad.

A veces, hay cosas que, si no nombramos, no existen: una determinada nube, un determinado árbol, un determinado yuyo.

Nombrar el paisaje también da un cierto/falso sentido de propiedad.»

Federico Falco: Los llanos