Dijo palabras que pesaban como moldes de cemento. Apenas salían de su boca y ya estaban cavando un agujero negro. Cuando se han dicho, las palabras no se pueden desdecir. Desdecir es un verbo muy bonito pero es incierto, no se puede desdecir, ya se ha dicho, quedará escrito en el recuerdo. Dicen los viejos que las palabras se las lleva el viento pero no es verdad. Las palabras se quedan, se amontonan y hieren.
Dijo palabras que hubiese querido no decir, palabras que debían haber estado huecas, vacías. Debían haber sido todas conjunciones, preposiciones, palabras que no significasen nada, pero las dijo y significaron. Las dijo por no callar y aterrizaron como balas. Se hundieron en la memoria e hicieron sangre.
Quedó muda después, llena de silencio para no volver a decir palabras asesinas. Y después del silencio llegaron las palabras tontas, las amables solo, las transparentes, esas palabras que se le dicen a cualquiera, palabras de ascensor. Y así creyó estar a salvo. Creyó que era la solución. Que las palabras fueran incoloras, inodoras e insípidas.
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Glup.