Veo Argentina, 1985, con Ricardo Darín y enseguida se me hace el oído a ese hablar cadencioso, a ese encanto argentino. Conocí a un argentino cuando yo era muy joven, una sola tarde pasé con él antes de que volviera a su país y quedé enamorada como una tonta, loquita por sus huesos. Tenía los ojos grandes, la mirada triste y hablaba tan, tan bien. Cuando leí a Cortázar, a Julio Ramón Ribeyro, cuando leo a Pedro Mairal o a Samanta Schweblin los protagonistas tienen la voz de aquel del que me enamoré en una tarde. Federico Falco ha vuelto a acercarme a ese país maravilloso que es Argentina. Comparto con ustedes esta cita:

«Casi no había libros en el campo de mis abuelos. Alguna biblia, un par de catecismos, un libro de Mariano Grondona, otro llamado Los argentinos somos así, de una autora que no recuerdo. Y apilados en un estante del placar de mi habitación, entre sábanas y toallones doblados, paquetes de velas y folletos de la última exposición agrícola de la Sociedad Rural de Río Cuarto, algunos viejos libros de la primera colección Billiken, de cuando mi mamá era chica. Adaptaciones abreviadas de Principe y mendigo y de Oliver Twist. Una especie de biografía de San Martín llamada El sable del libertador, otra de su hija Merceditas.

Yo los leía y releía.

En el tiempo del aburrimiento, en las largas siestas del verano hirviente, en las largas noches del invierno frío.

Y también, las Selecciones del Reader’s Digest. Mi abuelo estaba suscrito, llegaban puntuales, todos los meses, se las entregaba en mano el diariero, junto con la revista Chacra, La Voz del Interior y La Nación los domingos.

Secciones de Selecciones: «Gajes del oficio», «La risa, remedio infalible». El resumen de algún libro: siempre un andinista con un pie atrapado entre las piedras, o una familia encerrada en un auto, a merced de osos asesinos que clavan las zarpas sobre el capó y atraviesan la chapa con las uñas, o bandas de motoristas ominosos, que persiguen en la noche a una mujer cruzando sola el desierto, todos los vidrios del auto cerrados y el aire acondicionado descompuesto.»

Federico Falco: Los llanos