Mi amiga Milena se ha ido a Ciudad Real pero en realidad lo que ha hecho ha sido meterse en una burbuja. Está claro que lo que ella quiere es aterrizar en algún lugar fuera del mundo, un sitio en el que no la conozca nadie y así nadie pueda pedirle nada. A las demás nos basta con irnos a un spa, ponernos debajo de los chorros, darnos un masaje de chocolate o barro y después despatarrarnos con una copa de vino tinto o un Gewurztraminer. Pero Milena lo que busca es un lugar opaco en el que vivir sin estar, en el que ser extranjera pero solo un poco.

A Milena le gusta hacer como si viviera en una película de espías, soy yo pero no parezco, hago la compra, saco la basura, cojo el autobús pero esta no es mi vida. Y así se familiariza con los ruidos de la nueva casa, los crujidos, las tuberías, los vecinos… viviendo en tierra de nadie, en su burbuja, pensando que es otra, que se ha librado de su pasado (¡suéltame, pasado!).

Cuenta Milena que en esas escapadas duerme como un niño y como un niño descubre cada mañana un día intacto. Puede ir a donde quiera, nadie le espera y, sobre todo, nadie le requiere. Dice que en la ciudad más fea y anodina hay algo hermoso por descubrir, que siempre hay un río por cuya orilla pasear o un café en el que sentarse y leer un rato y que tampoco necesita más.

Yo creo que ella se lleva plegada una burbuja, así como una de esas casotas hechas de cuatro palos y una bolsa de basura que construíamos de pequeños y que allí se camufla unos días y se renueva. Como un spa pero un poco raro. Como ella.