A Emmanuel su madre le habla en inglés, en casa sus padres hablan en fanti, en la guardería le hablan en euskera y yo le hablo en castellano. Emmanuel habla algo que todavía no sabemos qué es, pero hablar habla, pues entona, esboza sonidos, y suelta frases enteras que solo él sabe lo que significan pero que no por eso son menos expresivas. Yo solo le entiendo tres palabras: agua, que lo mismo sirve para la comida que para la bebida, abuuuu, que significa agur y maaaa para referirse a su madre. Dicen, como se refleja en esta cita, que los niños expuestos a varias lenguas tardan más en hablar. Es posible, no lo sé, pero qué maravilla empezar a hablar y tener en la recámara la posibilidad de entender y expresarse en cuatro idiomas.

«Tengo que pasar por Chinatown, me paro a ver las maletas. Las muevo para ver si las ruedas sirven. El dueño del local me grita que no toque la mercadería, su hijo pequeño viene gateando, tiene mocos color esmeralda en la nariz, como corrientes pegajosas. El hombre agarra al bebé con fuerza, le grita algo en chino, pienso que la criatura se va a poner a llorar pero no dice ni mu, abre los ojos negros, acaricia la nariz de su padre. Dicen que a veces los niños se retrasan en hablar cuando los padres les hablan en un idioma diferente al de su alrededor. Tú no te atrasaste para nada, decidiste muy pronto adoptar un lenguaje que no es mío. ¿Me hablarás español, Lola, o el inglés te ha poblado? La lengua es una cuna, una madre que te envuelve. Apoyo mi lengua en el paladar, hago un pollito con ella. Lengua madre.

Con qué lenguaje te cuento que el mundo se ha roto»

Julia Rendón Abrahamson: Lengua ajena