Cuando uno intenta describir un paisaje que le impresiona mucho, hablar de los sentimientos que le provoca, la primera sensación es la de quedarse sin palabras, por dónde empezar, qué decir, qué resaltar. Pensemos en el mar, ese que hemos tenido en San Sebastián la semana pasada, embravecido, con unas olas altísimas que pasaban de un lado a otro del Paseo Nuevo, qué digo de él, cómo transmito la impresión que me produce. Hay escritores que nos sitúan en un escenario natural con imágenes preciosas pero comprendo muy bien esta opinión de Federico Falco de no describir un paisaje. Esa enormidad que nos invade ante un atardecer, una montaña, el mar mismo y que no conseguimos atrapar con palabras.

«Vivir el paisaje es una experiencia primitiva que no tiene nada que ver con el lenguaje. No me enfrento a describir un paisaje a menos que se lo quiera contar a otro que no lo conoce, y en general prefiero dar solo un par de detalles, porque sé que al final es un esfuerzo imposible.

Vivo el paisaje con la vista, con la piel, con los oídos, pero no lo pongo en palabras. Ni siquiera lo intento. O lo intento solo acá, para mí, palabras clave para no olvidar. Palabras puerta que dentro de diez, quince años, cuando pase el tiempo, me abran el recuerdo de mi cuerpo moviéndose por estos lugares, a las sensaciones y sentimientos de esta época de mi vida.”

Federico Falco: Los llanos