Viene a comer después de un par de semanas sin verle. Viene arrastrando los pies, un poco cansado. Le damos conversación, le preguntamos, intentamos que se sienta cómodo, sobre todo que se sienta querido. Nos sentamos a la mesa compartiendo a Arguiñano, él siempre nos hace reír. Y, sin embargo, se ve al ucraniano ausente, aunque es evidente que se esfuerza por estar aquí.
Se levanta y nos ayuda a recoger, friega. Tomamos café y hablamos de esto y de aquello, pero ahora su afán está en otro sitio. No es que no nos tenga en cuenta, es que su mirada está en otra parte. Su trabajo modela su vida con otros horarios, su vida tiene otras preocupaciones.
Le insto a que venga cuando quiera, como quiera, igual que haría cualquier madre, le digo que siempre quiero verle. Siento a mi hijo sonreír como si le sonara, como si me comprendiera. El ucraniano se pone los zapatos y se va. Como se van los hijos.
Comentarios
Precioso, Gemma, me ha encantado.
Muchas gracias, Víctor.
Es mucho más que un post. Es un un poema.
Salud Joserra
Qué piropazo, Joserra, muchas gracias.
Estoy de acuerdo con tus fans. Es un POEMA PRECIOSO.
LOFYU
Todo se pega, menos la hermosura ;).
Gracias, macarrón.