«Radek es un violinista checo de ojos tristes que conocí un día que acompañé a Julie por su ruta de reparto la última vez que estuve en Winnipeg. (En realidad fue por él por lo que la acompañé. Mi amiga me había contado que le llevaba el correo a un europeo muy muy guapo que también parecía solo y desesperado. Como tú, Yoli, me dijo). Se había venido a vivir a Winnipeg porque tenía que escribir un libreto. Pero ¿quién no? Es un rincón oscuro y fecundo del mundo, esta confluencia de aguas turbias, que hace que uno se plantee: Oye, ¿y cómo se le podría poner palabras a la trágica banda sonora de la vida? En realidad Radek y yo no hablamos el mismo idioma pero él me escucha pacientemente, consciente de que, en fin, no sabría decir qué…, como que si se queda ahí quieto una o dos horas escuchándome divagar sobre mis fracasos en un idioma que realmente no entiende al final, Alá mediante, ¿se acostará conmigo?

Me viene ahora la preocupación de si «acostarse con alguien» será ya un término desfasado, pero me da vergüenza pedirle a mi hija que me ponga al día. Tengo una edad que me pilla entre dos generaciones, una que utiliza el término «acostarse» y otra «liarse», así que ¿cómo se supone que hay que llamarlo?»

Miriam Toews: Pequeñas desgracias sin importancia