Solía decir mi madre que lo más bonito que tenía eran las manos, que una vez en el taller de modistas en el que aprendía a coser, hicieron un concurso y las suyas fueron elegidas como las más hermosas. Yo creo que también tenía más cosas bonitas, para empezar era guapa, pero a ella le gustaba alardear de sus manos.
Ciertamente las mías no parecen compartir los genes con ella. Tengo las manos grandes y huesudas (como los pies), son rápidas, morenas y escrupulosas como si hubieran sido ricas alguna vez. Lo digo porque a mis manos no les gustaba amasar la comida de las gallinas ni fregar los cacharros sucios y pringosos.
Pero más que manos melindrosas son manos de mecanógrafa, de esas que vuelan sobre el teclado en pos del pensamiento. No saben dibujar, ni tocar el piano, ni pintar una pared pero saben escribir muy rápido porque es lo que aprendieron a hacer. Con estas manos agarro con fuerza el manillar de la bici aunque lo que en realidad me gustaría es saber andar sin manos, ponerme tiesa en el sillín y subirme la cremallera del anorak o meter la mano en el bolsillo de atrás como veo hacer a los ciclistas.
A mis manos les gusta abrazar la mano pequeñita de un niño, recogerla como si fuera un pájaro, sin apretar demasiado pero con firmeza, de forma que se sienta seguro y unido a mí. Las manos pequeñitas son mullidas, acolchadas y cariñosas mientras las mías son fuertes, calientes, todavía suaves y he llegado a la conclusión de que, como cantaba Víctor Jara, «mis manos son mi amor y mi sustento, mis manos son lo único que tengo».
Comentarios
Qué bonito, amiga.
Y apunta: toda tú eres HOGAR. Incluidas tus manos.
lofyu,Nadi
Eso no me lo había dicho nadie, Nadiuski, in my entire life 😉
Gracias, macarrón.