Querido Emmanuel:
Ayer te llevamos a conocer el mar. Lo habías visto desde el Paseo de La Concha pero nunca habías metido tus piececitos en él. Te llevamos a la playa y la primera gran sorpresa fue la arena. ¿Qué era ese suelo caliente y blando? Nos agarrabas la mano con fuerza mientras avanzabas despacio mirando al suelo con desconcierto. Cuando llegamos a la arena mojada, y por lo tanto dura como el suelo que conoces, te relajaste un poco. Extendimos las toallas y nos acercamos a la orilla. No estoy muy segura de que el mar te gustara. Creo que te pareció algo muy grande que además se movía por su cuenta. Venían las olitas hacia tus pies y luego volvían y era todo un poco raro. Tú intentabas pisarlas, quién sabe con qué propósito, pero ellas seguían igual. Los charcos, en cambio, te gustaron mucho, echabas puñados de arena a ver si se llenaban y no se llenaban nunca. Nos lo pasamos muy bien los tres, no sabría decir quién disfrutó más, si tú o nosotros.
Aunque la marea estaba baja habia mucha gente y nos fuimos pronto, la playa exige mucha energía. Después, cuando salimos al paseo, hablabas y hablabas pero no te entendíamos una palabra, parecías un pajarito cantando y haciendo gorgoritos.
Me dijo tu madre por la noche que habías caído exhausto con tantas experiencias nuevas, por descontado que nosotros también estábamos muertos. No sé decirte si más o tanto como tú pero mereció la pena, aunque también te digo que habría sido menos cansado llevarte a conocer el hielo.
Comentarios
Jo jo jo jo.
Bonitos.
Ay, el coronel Aureliano Buendía… marcados nos dejó, 😉