A veces las palabras se ponen rebeldes y se salen de sus casillas, o las sacamos. Este es el caso de algoritmo, ese término que ahora encontramos hasta en la sopa. Hablemos de su etimología. Los que sienten curiosidad por el lenguaje ya habrán adivinado que algoritmo procede del árabe. En el principio fue el álgebra, una ciencia que nació en Egipto y Babilonia, civilizaciones que contaron con matemáticos brillantes cuyos descubrimientos y métodos fueron retomados después por los griegos.
La Edad Media fue un auténtico túnel oscuro para la cultura y la ciencia en Europa, por lo que los progresos del álgebra se los debemos una vez más a los árabes. El álgebra era para ellos ‘la ciencia de la reducción y el equilibrio’. Uno de estos matemáticos árabes se llamaba al-Jwarizmi, de cuyo nombre tomó el castellano las palabras guarismo y algoritmo.
Fue precisamente este matemático, al-Jwarizmi, el primero en usar el término al-gabr para designar esta parte de las Matemáticas cuyo nombre completo era ilm al-gabr wa l-muqabala, lo que explica el nombre antiguo del álgebra en portugués: almucábala.
En el bajo latín de la Edad Media, álgebra se usaba tanto para designar esta parte de las Matemáticas como ‘el arte de restituir a su lugar los huesos dislocados’. En la primera edición del Diccionario de la Real Academia, algebrista aparece con el significado de ‘componedor de huesos’, por si a alguno de ustedes se le ocurre buscar la palabra en el diccionario y piensa que se ha equivocado de página.
Las próximas veces que oigan hablar del algoritmo recuerden a un matemático iraquí, de ojos almendrados y espléndida melena, al que debemos también nuestro sistema de numeración.
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