«No podría reproducir el razonamiento del amor en un texto -reproducir las palabras «ama», «amor», «amar», «amado»- sin empaparme los dedos de melaza. Si quisiera hablar de amor, remplazaría esa palabra por otra. ¿Por cuál? Aturdimiento, se me ocurre ahora. Me mareo. A veces me pasa eso con las palabras. Como ser carpintero y que el aserrín te dé alergia. Tengo palabras prohibidas, cada vez son más, y me cuesta encontrar nuevas que las remplacen. Conozco pocas palabras. Y no ando con una lupa rastreando diccionarios. Es todavía peor: ando esperanzada, convencida de que las palabras que busco van a venir a atropellarme.

Suspiro. Afuera huele a jazmines. Deben ser los últimos. O los primeros.»

Margarita García Robayo: La encomienda