«Mi padre dice también, sin certeza, que mi abuelo se fue a trabajar al sur, en el molino de sus hermanos mayores, mientras aprendía su tercera lengua. El alemán lo había estudiado en un colegio de padres protestantes en una de las tantas escuelas de comunidades religiosas europeas que funcionaban en Palestina en esa época. Hay escenas dando vueltas: mi abuelo chapurreando alemán con algún cliente de la tienda La Florida, mi abuelo haciendo de escriba y de voluntario lector para paisanos iletrados que recibían cartas familiares desde Levante. Dice mi padre: Lo estoy viendo, era un viejito de la colonia, bajo, de tez muy blanca, de pelo rubio y ojos claros, que no sabia ni leer ni escribir. Cuando le llegaban cartas de su familia iba donde mi papá para que se las leyera y contestara, y yo, que a veces lo acompañaba en la tienda, me quedaba maravillado viéndolo rasguear la página de derecha a izquierda. No fue entonces ninguna tragedia doblar los alfabetos, invertir la dirección de la escritura, permutar la sintaxis, modular la entonación hasta perfeccionar el acento chileno: el cartel de esa bifurcación lingüística anunciaba progreso y los palestinos tomaron ese camino.»
Lina Meruane: Volverse Palestina
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