Qué maravilla son esos lugares en los que se habla más de un idioma, en los que puedes hallar en otra lengua ese concepto que no te ofrece la primera. Buscas en tu léxico y pasas de una lengua a otra sin más traba que la de saber que tu interlocutor te va a entender. Estoy convencida de que crecer en un país bilingüe o, mejor aún, multilingüe, es una bendición de los dioses. Cada idioma es una ventana abierta al mundo, cada lengua tiene su forma de comunicar, puede ser aglutinante o flexiva, puede resultar más o menos compleja. La maravilla es que todas, sea de la manera que sea, consiguen que expresemos ideas, cantemos o escribamos poesía. Y sobre todo consiguen que nos comuniquemos (la mayoría de las veces).

«En Alejandría, además de árabe, se hablaba inglés, griego, francés, italiano y, desde luego, bereber; idiomas que, mejor o peor, todo el mundo hablaba: los judíos, los sirios, los bereberes de pisada ligera, aquellos que, con sus blanquísimas túnicas, sus feces rojos, sus cinturones rojos, sus zapatillas rojas, componían el espléndido personal de servicio dentro de las casas europeas, los hoteles y las oficinas.»

María Iordanidu: Como pájaros atolondrados